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Shulamith Firestone: recuperar su historia, reconocer los "espacios sin aire"


“El cambio social no llega fácil, las pioneras pagan un precio alto y una soledad innecesaria por aquello que sus sucesoras dan por hecho. ¿Por qué las mujeres parecen particularmente incapaces de observar y honrar su propia historia?” (Millett, 1988).



A unos meses de la muerte de Shulamith Firestone, Susan Faludi escribió un texto llamado “Muerte de una revolucionaria”, publicado en el diario The New Yorker. En este artículo, Faludi hace un recorrido por la vida de Firestone, señalando matices y contradicciones indispensables para comprender un proyecto de transformación política tan importante como fue el feminismo radical en Estados Unidos de la llamada “segunda ola” en los 70. La biografía de Shulamith Firestone da cuenta de los inicios de la organización del feminismo radical, a través de la creación de sus colectivos, pero también de la producción teórica que generó, con textos clásicos como La dialéctica del sexo. Faludi nos describe tanto la “euforia”, la “explosión” o el “enamoramiento” colectivo, surgido de la militancia de la época, como los desencuentros y conflictos internos, y el malestar y sufrimiento de las propias activistas. No compartimos el lenguaje psiquiátrico utilizado por Faludi, por ejemplo, la insistencia en los diagnósticos, la metáfora de "luchar contra.." o la insinuación de incompatibilidad entre 'crisis psicótica' y 'hablar coherente'. Pero hemos querido recuperar este texto por lo que tiene de análisis de los malestares de la militancia (producto de conflictos hacia el exterior, pero también dentro de los colectivos), unidos al rechazo familiar, la soledad y sobre todo la precariedad material de la existencia. Si bien los grupos de autoconciencia tenían "efectos terapéuticos"; como dijo Kate Millett, el cambio social feminista también tenía su coste subjetivo.


Mientras se publicaban y se discutían sus teorías, las redes feministas fueron incapaces de atender las condiciones de precariedad material o psíquica de autoras como Firestone o la propia Kate Millett. Parecería que el psiquiátrico o la vida en la calle las invalidaba como feministas, y de eso mejor no hablar. La propia Firestone fue muy consciente de ello, y “recordó a Valerie” Solanas, a pesar de sus diferencias.

Transcribimos a continuación una traducción propia del artículo de Faludi. Dada su extensión, la hemos editado, hemos resumido algunos párrafos que no se incluyen y la hemos dividido en dos partes. Faludi describe el activismo y el trabajo teórico de Firestone, pero también, los devastadores procesos de psiquiatrización por los que pasó, los crujidos subjetivos familiares y activistas, las condiciones precarias de vivienda y trabajo, la soledad. En ese contexto, señala la importancia que tuvieron las redes de apoyo y el reconocimiento. El reconocimiento de que somos lo que somos por las que nos precedieron, pero también, que la locura o la pobreza conformaron sus vidas feministas. Mientras se consumía su teoría, se olvidaban sus condiciones materiales, “sus espacios sin aire” y su sufrimiento. “Honrar la propia historia” implica reconocimiento teórico, pero también reflexionar sobre procesos activistas dolorosos y construir redes de apoyo práctico.


Shulamith Firestone ayudó a crear una nueva sociedad. Pero no pudo vivir en ella.

Por Susan Faludi

8 de abril de 2013


PARTE I


Cuando se encontró el cuerpo de Shulamith Firestone en su apartamento, a finales de agosto pasado, en el quinto piso de un edificio de East Tenth Street, llevaba muerta varios días. Tenía sesenta y siete años, y había luchado contra la esquizofrenia durante décadas, sobreviviendo con asistencia pública. No había comida en el departamento; una teoría es que Firestone murió de hambre, aunque no se realizó ninguna autopsia por decisión de su familia judía ortodoxa. Una muerte tan solitaria, habría sido inimaginable para cualquiera que conociera a Firestone a fines de los años sesenta, cuando estaba en el epicentro del movimiento feminista radical, rodeada de las mismas mujeres que, un mes después de su muerte, se reunieron en la Iglesia de San Marcos en el Bowery, para presentar sus condolencias.


La ceremonia conmemorativa estuvo al borde del renacimiento feminista radical. Las mujeres distribuyeron panfletos sobre los grupos de auto-conciencia y copias de textos publicados por Redstockings, un grupo de Nueva York que co-fundó Firestone. El locutor de radio de la WBAI, Fran Luck, pidió que el estudio de la calle Tenth Street se llamara Shulamith Firestone Memorial Apartment, y que se alquilara “de forma perpetua” a “una feminista mayor y significativa”. Kathie Sarachild, quien fuera pionera de los grupos de autoconciencia y acuñara el eslogan “la hermandad es poderosa” en 1968, propuso convocar una Conferencia ‘Shulamith Firestone’ conmemorativa de la liberación de las mujeres sobre "qué hacemos ahora". Después de varias llamadas para “aprovechar el momento” y “continuar”, una docena de mujeres acudieron a una reunión organizada en el apartamento de Sarachild.


A mitad de la ceremonia, la autora feminista Kate Millett, que entonces tenía setenta y ocho años, se acercó al estrado, con una copia de Airless Spaces (1998), el único libro que Firestone publicó después de su manifiesto, La dialéctica del sexo, que salió en 1970. Millett leyó un capítulo titulado “Parálisis emocional”, en el que Firestone escribió sobre sí misma en tercera persona:


No podía leer. No pudo escribir... A veces reconocía en los rostros de otros la alegría, la ambición y otras emociones que recordaba haber tenido alguna vez, hace mucho tiempo. Pero su vida estaba arruinada y no tenía un plan de rescate.


Claramente, algo terrible le sucedió a Firestone, pero no fue solo su desesperación lo que llevó a Millett a elegir este pasaje. Cuando terminó de leer, dijo: “Creo que deberíamos recordar a Shulie, porque estamos ahora en el mismo lugar” (...)


A finales de los sesenta, Firestone y un pequeño grupo de sus “hermanas” estaban en el filo radical de un movimiento que cambió profundamente la sociedad estadounidense. En ese momento, las mujeres apenas ocupaban cargos importantes elegidos, casi todas las profesiones de prestigio estaban ocupadas por hombres, las tareas domésticas eran el destino más importante de las mujeres, el aborto era prácticamente ilegal y la violación un estigma que debía llevarse en silencio. El feminismo había entrado en crisis desde que la primera ola del movimiento de mujeres estadounidense ganó el sufragio, en 1920, y perdió la lucha por una mayor emancipación. La energía feminista fue cooptada, primero, por el consumismo de la Edad del Jazz, luego enterrada en décadas de depresión económica y guerra, hasta que el malestar de las mujeres de la posguerra, descrito por Betty Friedan en La mística de la feminidad (1963), dio lugar a una “segunda ola del feminismo”.


Las feministas radicales surgieron junto a un movimiento de mujeres más moderado, formado por grupos como la Organización Nacional de Mujeres (NOW), fundada en 1966 por Friedan, Aileen Hernández y otras, y promovida por publicaciones como Ms., fundada en 1972 por Gloria Steinem y Letty Cottin Pogrebin. Dicho movimiento buscaba, como lo expresa la declaración de propósitos de la NOW, “lograr que las mujeres participen plenamente en la sociedad estadounidense", en gran medida mediante la igualdad de salario y representación. Las feministas radicales, por el contrario, querían re-concebir, transformar, la vida pública y la vida privada por completo.


Pocas fueron tan radicales y audaces como Shulamith Firestone. Con poco más de cinco pies de altura, con una melena de pelo negro hasta la cintura y penetrantes ojos oscuros detrás de sus gafas a lo Yoko Ono, Firestone fue conocida dentro del movimiento como “la marca de fuego” o “la bola de fuego”. “Era ardiente, incandescente”, me dijo Ann Snitow, directora del programa de Estudios de Género de la New School y miembro del primer grupo radical. “Fue emocionante estar en su compañía”.

Firestone fue conocida más bien por sus escritos. Notes from the First Year, un periódico que fundó en 1968 (seguido, en 1970 y 1971, por Second Year y Third Year), generó el discurso fundamental del feminismo radical, introduciendo conceptos como “lo personal es político” y “el mito del orgasmo vaginal”. Pero, sobre todo, Firestone fue recordada por La dialéctica del sexo, un libro que escribió con fervor en cuestión de meses.


[Aquí Faludi hace referencia al contenido teórico de Dialéctica]


Pero Firestone fue igualmente importante para la liberación de las mujeres como organizadora. Creó los primeros grupos feministas radicales en el país, y jugó un papel clave en la concepción de las posiciones teóricas y las estructuras organizativas del movimiento, y en reconexión con su historia perdida. Y lo hizo solo en tres años. Jo Freeman, escritora y activista feminista que trabajó con Firestone desde el principio, dijo en la ceremonia: “Cuando pienso en la contribución de Shulie al movimiento, pienso en ella como una estrella fugaz”. Lució brillantemente a través del cielo de medianoche, y luego desapareció.


[Faludi hace referencia a diferentes militancias de Firestone, por ejemplo, frente a la guerra en Vietnam. También habla de su contexto familiar, dentro de una familia judía ortodoxa, de seis hermanos, ella fue la segunda y la más mayor de las mujeres. Firestone tenía frecuentes y duros enfrentamientos con su padre, por no ajustarse al rol de mujer tradicional; también una alianza muy especial con su hermana Laya. Faludi cuenta también el maltrato que sufrió por parte de un novio, lo que la llevó a mudarse a Nueva York].


Poco después de su llegada, Firestone y Pam Allen, una activista de derechos civiles que había conocido en Chicago, reclutaron a media docena de mujeres jóvenes de grupos de derechos civiles y antiguerra, y cofundaron New York Radical Women, el primer grupo de este tipo en la ciudad. Se reunían semanalmente en los apartamentos para mujeres o en una oficina prestada en el Lower East Side. “Que las mujeres eligieran reunirse para hablar sobre sus vidas sin ningún hombre presente fue radical”, dice Allen. “Asustó a la gente”. Las mujeres que asistieron a esas reuniones describen momentos de “euforia”, de “explosión de ideas” y una especie de “enamoramiento”.


[Faludi se detiene en describir los problemas de liderazgo versus horizontalidad que se vivieron los colectivos feministas radicales y que llevaron a profundas divisiones. A Firestone le afectaron en lo personal y le alejaron del activismo].


Después de que Ti-Grace Atkinson renunciara a Las feministas, un grupo que había fundado en Nueva York, declaró: “La hermandad es poderosa. Mata. En su mayoría, hermanas”. La observación sonó tan cierta para muchas que pronto se convirtió en una de las frases más citadas por las feministas, o, más bien, mal citada: “en su mayoría” fue eliminado.


(…)


La disolución de las feministas radicales de Nueva York coincidió con los primeros éxitos editoriales del movimiento. Política sexual de Kate Millett, Dialéctica de Firestone y La hermandad es poderosa, una antología editada por Robin Morgan, todas se vendieron bien y fueron difundidas por los medios. (Millett apareció en la portada de Time). Pero, cuando apareció Dialéctica en las librerías, en octubre de 1970, Firestone llevaba medio año en su autoexilio del movimiento. En la copia que envió a Laya, escribió: “A Laya, la única hermana verdadera, después de todo”.


[Faludi cuenta el miedo que tenía Firestone de cómo se recibiría el libro por parte del movimiento feminista. El éxito de Política sexual de Millett, había llevado a presiones para que admitiera su lesbianismo y al castigo por hacerlo. Flying -libro autobiográfico de Millett- hace referencia a un sueño donde mujeres feministas la interrogaban y acorralaban].


En 1970, en una contribución a Notes from the Second Year, titulada “Woman and Her Mind”, Meredith Tax argumentaba que la condición de la mujer constituía un estado de “esquizofrenia femenina”, un terreno de irrealidad donde la mujer o pertenecía a un hombre o estaba "en ninguna parte, perdida, tambaleándose al borde de un vacío sin nada que hacer, sin ninguna identidad”. Elaine Showalter, en The Female Malady (1985), describió decenas de obras literarias y periodísticas donde se definía la esquizofrenia como una “metáfora amarga” de la “situación cultural” de las mujeres de mediados de siglo. Era justo esto lo que las feministas radicales se habían propuesto cambiar, para encontrarse ahora doblemente alienadas. La primera alienación fue subproducto de su visión política: una visión radical, parecida a la mentalidad descrita por el psicólogo clínico Louis Sass, en Madness and Modernism (1992), cuando escribió que las personas con esquizofrenia son “muy conscientes de las falsedades y los compromisos de la existencia social normal”. La segunda alienación fue trágica: la alienación mutua, entre ellas.


(...) En 2005, cuando Jean-Paul Selten y Elizabeth Cantor-Graae, expertos en epidemiología, revisaron varios factores de riesgo de la esquizofrenia, principalmente entre ellos la migración, el racismo y la socialización urbana; descubrieron que todos los factores implicaban el aislamiento crónico y la soledad, una condición que llamaron “derrota social”. Ellos teorizaron que “el apoyo social protege contra el desarrollo de la esquizofrenia”.


Las feministas de la segunda ola se esforzaron por aliviar este aislamiento a través del refugio de la hermandad. (...) El otoño pasado, cuando entrevisté a varias feministas radicales de Nueva York, las historias de “derrota social” estaban muy presentes: dolorosa soledad, pobreza, enfermedades, enfermedades mentales e incluso la falta de vivienda. En un ensayo de 1998, “The Feminist Time Forgot” (“El tiempo feminista olvidó”), Kate Millett lamentaba la larga lista de hermanas que habían desaparecido para luchar solas en el olvido, o desaparecidas en asilos, “y aún no regresan para contarlo”, o que “habían caído en la desesperanza, que solo podía terminar en muerte". Millett recogió los suicidios de Ellen Frankfort, autora de Política vaginal, y de Elizabeth Fisher, fundadora de Aphra, la primera revista literaria feminista. “No nos hemos ayudado mucho”, concluyó Millett. “No hemos sido capaces de construir la solidez suficiente como para crear comunidad o seguridad”.


Para cuando salió Dialéctica, la vida de Firestone estaba ya tambaleándose. El rechazo por parte de las feministas radicales de Nueva York fue “devastador para ella” (...) "Era como si su familia la hubiera rechazado" (...).


A veces Firestone desaparecía. Su amigo Robert Roth, editor de la revista literaria And Then, la recordaba vagando por el East Village disfrazada, con ropas y peinados extraños, y llamándose a sí misma Kathy. A veces costaba verla. Recibió una beca de verano en una Escuela de Arte en Nueva Escocia, donde intentó, sin éxito, trabajar en un proyecto multimedia, y luego vivió, por un tiempo, en Cambridge, Massachusetts, donde trabajó de forma precaria como mecanógrafa en M.I.T. (...).


No está claro cuándo surgieron los primeros síntomas de esquizofrenia, pero el episodio decisivo fue una crisis familiar. En mayo de 1974, Firestone recibió una llamada de su casa en St. Louis, con la noticia de que su hermano Daniel, que entonces tenía treinta años, había muerto en accidente de moto. “Me llevó más de veinticuatro horas sonsacar a mi padre la amarga verdad de que el cuerpo tenía un agujero de bala en el pecho”, escribió en Airless Spaces.


En 1972, Daniel había abandonado la fe familiar, dejó un trabajo en la Universidad de Missouri-St. Louis, donde enseñaba literatura clásica, y se unió a un monasterio Zen en Rochester, Nueva York. Dos años más tarde, condujo a una zona desierta de Nuevo México, hizo un santuario budista improvisado y se pegó un tiro en el corazón; un hecho que no se reveló hasta después de que se le enterrara con ritos ortodoxos completos, un privilegio que se niega en caso de suicidio. Firestone se negó a asistir al funeral. Ella escribió que la muerte de su hermano, “fuera asesinato o suicidio, vida más allá o no, contribuyó a mi creciente locura”.


(...)


Sol [su padre] murió, de insuficiencia cardíaca, en 1981, a la edad de sesenta y cinco. (Kate, su madre, con Alzheimer, todavía vivía en Israel). Laya envió a varios amigos para que fueran al departamento de Shulamith y la avisaran; cuando contactaron con ella, estaba “despotricando sobre cosas delirantes sobre cómo todos fuimos parte de una gran conspiración”. Tirzah [su hermana menor] me dijo: “Fue cuando murió nuestro padre que Shulie entró en psicosis. Perdió el contrapeso que él de alguna forma le proporcionaba”.


A principios de 1987, el propietario de Second Street donde vivía Firestone llamó a Laya para decirle que la situación se había vuelto “grave”. Los vecinos se quejaban de que gritaba por la noche y había dejado los grifos abiertos hasta que cedieron las tablas del piso. Laya voló a Nueva York y se encontró a Shulamith demacrada, mendigando, llevando una bolsa con un martillo y una lata de comida sin abrir. En el roman à clef, Firestone escribió que llevaba un mes sin comer -por temor a que su comida hubiera sido envenenada- y “parecía sacada de un libro de Dostoievski (que de hecho le ayudó a ganarse la vida como mendigo)”. Al día siguiente, Laya decidió la acción por la cual, dijo, “Shulie nunca me perdonó”. La llevó a la Clínica Payne Whitney. Su condición fue diagnosticada como esquizofrenia paranoide, y fue trasladada involuntariamente a una residencia en White Plains. “Estoy en la desesperación más profunda, sin ningún movimiento posible en ninguna dirección”, escribió Firestone a Laya algunas semanas después. “No estés tranquila. Las cosas no están bien”. En el reverso de la página, escribió en rojo: “¿Estás de mi lado todavía? ¿O estás de tu lado?"


PARTE II



La primera hospitalización duró casi cinco meses. Durante los años siguientes, Firestone fue hospitalizada varias veces en el Centro Médico Beth Israel. Su cuidado recayó en la Dra. Margaret Fraser, una joven psiquiatra. A Fraser le sorprendió la inteligencia “obvia” de Firestone y su habilidad para hablar de forma coherente, incluso en medio de una crisis psicótica. También recordó que Firestone padecía una forma particular de síndrome de Capgras, la creencia de que la gente oculta sus identidades detrás de las máscaras: Firestone creía que la gente se ocultaba detrás de las “máscaras de sus propias caras”.


En 1989, un periódico local publicó un artículo sensacionalista sobre cómo la autora de La dialéctica del sexo estaba actuando como loca, a punto de ser desahuciada de su piso de Second Street. Kathie Sarachild, Ti-Grace Atkinson, Kate Millett y otras organizaron Friends of Shulamith Firestone (Amigas de Shulamith Firestone) para luchar frente al desalojo en el tribunal de vivienda. Pero Firestone, convencida de que un miembro del grupo había colocado el artículo sensacionalista, no les dejó representarla.


En una angustiosa carta enviada el día después de Navidad en 1989, Sarachild escribió: “ninguna de nosotras ha sabido cumplir bien con nuestras obligaciones como amigas, vecinas, admiradoras y viejas ‘co-conspiradoras’ políticas"; y que Firestone podía estar ahora “en mayor peligro de falta de vivienda y hambre que cuando comenzamos”. Dos semanas después, Millett envió una carta a Firestone. Escribió: “Por favor, háganlo juntas, pon interés. Consíguelo. Tienes mucho que perder y enterrar la cabeza en la tierra no te va a ayudar”. Firestone no respondió. Finalmente fue desalojada del estudio, su arte enviado a la basura.


Un segundo intento por convocar una red de apoyo tuvo más éxito. A comienzos de los noventa, y desde la iniciativa de Margaret Fraser, un grupo de mujeres se reunía semanalmente con Firestone para ayudarla con sus necesidades prácticas, desde tomar sus medicamentos antipsicóticos hasta comprar comida. La composición del grupo cambió, pero las más dedicadas fueron varias jóvenes que habían estudiado sus escritos, y Lourdes Cintron, una trabajadora social del Servicio de Enfermeras Visitantes de Nueva York, a quien la Dialéctica le había inspirado en su juventud como activista independentista en Puerto Rico. El servicio no quería a Firestone como cliente, no tenía seguro médico, pero Cintron insistió. “Le dije a mi supervisora: ‘Mira, esta es una mujer que ha hecho mucho por las mujeres’”, recordó, “‘¿y ahora las mujeres la van a abandonar?’". Comenzó una amistad de casi una década. Firestone dedicó Espacios sin aire a Cintron.


Los períodos entre hospitalizaciones se alargaron. Después de 1993, Firestone pasó un año o más sin recaídas, con la ayuda de la medicación y, especialmente, del apoyo de su nueva red, incluidas dos mujeres jóvenes que se mudaron a Nueva York para encontrarla: Marisa Figueiredo, una asistente médica que dijo que Dialéctica había “cambiado mi vida” cuando la leyó de adolescente en Akron, Ohio; y Lori Hiris, una aspirante a cineasta tan entusiasmada con la “increíble claridad” del libro que fue a Manhattan para hacer un documental sobre el feminismo radical. Junto con Beth Stryker, artista audiovisual, y Lourdes López, gerente de recursos humanos en la Universidad de Columbia, se convirtieron en pilares de la vida de Firestone, llevándola de viaje por el país (en la moto de Hiris), ayudándola a adoptar un gato (Pussy Firestone), y debatiendo sobre la poesía Beat, música clásica y punk rock o sobre el huevo especial de domingo de dos dólares en una inmersión en el vecindario. Hiris dijo que solo había un tema que Firestone no discutiría: el feminismo. “Era el único tema de conversación que no quería mencionar”.

“El grupo de apoyo está demostrando realmente su valor”, escribió Firestone a Fraser en una tarjeta de Año Nuevo, en 1995. “Puedo ser redimida otras vez”. A petición de sus jóvenes admiradoras, comenzó a escribir Airless Spaces. El libro comienza con un sueño: una mujer está en un barco de lujo que se hunde. Mientras los ilusionistas bailan “como en una caricatura de Grosz”, ella desciende por debajo de las cubiertas buscando un “bolsillo de aire” y se encierra en un refrigerador, “esperando vivir incluso después de que el bote se sumergiera por completo”. A través de viñetas autobiográficas, Firestone describe a una población de lo que ella llama, con su franqueza habitual, “perdedores”, ejemplos solitarios en estado de “derrota social”. Beth Stryker llevó el manuscrito a un editor que conocía en Semiotext(e), una imprenta de vanguardia, que lo aceptó de inmediato. Para celebrar la publicación, en 1998, un grupo de antiguas colegas de Firestone acudieron a una lectura en una galería de arte del centro. Varias de ellas, incluidas Kate Millett y Phyllis Chesler, leyeron en alto en el evento; Firestone estaba muy nerviosa. Chesler la recuerda “apretada a la pared, como una niña herida, pero también orgullosa”.


La recuperación no duró. A finales de los noventa, el grupo de apoyo empezó a dispersarse: Margaret Fraser se movió, al igual que la psiquiatra que la sustituyó; Lourdes Cintron cayó enferma; las más jóvenes encontraron trabajo en otras ciudades y pronto dejaron de reunirse. Firestone comenzó a ser hospitalizada de nuevo, finalmente, en la descarnada sala del Hospital Bellevue. Se retiró a su antiguo aislamiento, sin contestar al teléfono o la puerta, ni siquiera hablar con Laya. Una visitante rechazada recordó que escuchó un torrente de hebreo proveniente del interior del departamento. Firestone recitaba oraciones judías. Cuando Laya llegó a Nueva York hace unos años, y su hermana finalmente contestó al teléfono, le rogó que al menos mostrara su rostro. “Dije, ‘Shulie, estoy caminando hacia tu departamento. Solo asómate por la ventana y te saludaré’”. No lo hizo.


El 28 de agosto del año pasado, después de que la factura de alquiler de Firestone se quedara fuera de su puerta durante días, el propietario pidió al superintendente del edificio que subiera por la escalera de incendios para mirar por su ventana. Distinguió una figura inmóvil, boca abajo en el suelo. Se llamó a la policía. Una vecina llamó a Carol Giardina para decirle que habían encontrado el cuerpo de Firestone, y Giardina y Kathie Sarachild fueron de prisa al departamento, sin saber muy bien qué se iban a encontrar. Cuando llegaron, la policía les dijo que esperaran en la escalera. Después de un tiempo, dijo Sarachild, varios oficiales salieron y vieron cómo “bajaban esos cinco tramos de escaleras con ese pequeño cuerpo en la bolsa”.


Firestone fue enterrada, en un funeral tradicional ortodoxo, en un cementerio de Long Island, donde están enterrados sus abuelos maternos. Diez parientes masculinos formaron un minyan. No se invitó a ninguna de sus compañeras feministas. “Al final de los días, la antigua religión se impuso”, dijo Tirzah. Ezra [su hermano menor] dio un elogio (...) y lamentó el fracaso “trágico” de Shulamith en conseguir un “buen matrimonio” y tener hijos “que se dedicaran a ella”. Cuando le tocó el turno de Tirzah [su otra hermana] para dar un elogio, se dirigió a Ezra. “Le dije: ‘Disculpa, pero con el debido respeto, Shulie fue un modelo para mujeres y niñas judías en todas partes, para mujeres y niñas en todas partes. Ella tuvo hijas, influyó a miles de mujeres para tener nuevos pensamientos, nuevas vidas. Soy quien soy, y muchas mujeres son quienes son, gracias a Shulie’”.



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