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La “Semilla Terrestre” de Octavia Butler y el fracaso de la cordura como proyecto civilizatorio


Una distopía es la catástrofe hecha ficción, una sociedad aparentemente imaginada que concentra las peores pesadillas sobre el colapso que se avecina. La distopía puede ser incluso una premonición. Octavia Butler (1947 - 2006), escritora de ciencia ficción afroestadounidense, es una de las exponentes más importantes de dicho género literario. Conocida como “la gran dama de la ciencia ficción”, Butler escribió en 1993 una novela distópica llamada La Parábola del Sembrador que forma parte de una serie de Parábolas donde, a diferencia de otras de sus obras, la autora quiso mantener los elementos de su narración “lo más realistas posible” (Locus Magazine). Para Butler, la escritura fue desde pequeña una forma de resistir al mundo dado; de imaginar realidades posibles, inverosímiles, fantásticas, anheladas e indeseables, todo al mismo tiempo. De la realidad a la ficción a veces hay sólo un paso; y viceversa.


La Parábola del Sembrador cuenta la historia de Lauren Olamina, una adolescente afroestadounidense que forma parte de una familia tradicional de clase media al sur de EUA. Octavia Butler escribió la novela en 1993 pero está ambientada entre el 2020 y el 2027. El padre de Lauren, un predicador bautista, les enseña a sus jóvenes hijas a utilizar armas de fuego, pues la sociedad en la que viven se caracteriza por la escasez de recursos; el calentamiento climático excesivo; las murallas donde vive la clase media para protegerse del robo de sus pocas verduras; muchas personas afectadas por el consumo masivo de psicoactivos que generan adicción al fuego (a la vez que las mismas drogas son la fuente más inmediata de recursos económicos).


Incendios, sequía, saqueos, pobreza, muros, desconfianzas, alerta constante, desapariciones, destrucción, muerte. A falta de comunidad, “sálvese quien pueda”.


Pero Lauren tiene un “poder” que no todo el mundo tiene: el “síndrome de la hiperempatía". Ella puede sentir el dolor físico de otras personas como si fuera propio: las heridas, los golpes, la muerte ajena. Como pocos, ella “comprende” el dolor de lxs demás cuando lo ve. Esta es “un arma de doble filo”. Por un lado, la pone en situación de vulnerabilidad. No sólo por el hecho mismo de que le afecta el dolor ajeno, sino porque las personas que lo saben y quieren hacerle daño muy fácilmente pueden usarlo en su contra. Así que, como una forma de autoprotección (que no de “autoestigma”), prefiere esconderlo. Pero, por otro lado, como ella misma dice:


“Si todo el mundo pudiera sentir el dolor de los demás ¿quién torturaría? ¿quién le provocaría a otra persona un dolor innecesario? Nunca antes había pensado que mi problema pudiera servir para algo bueno, pero, tal como están las cosas creo que podría ayudar. Ojalá pegárselo a la gente. Como eso es imposible, ojalá pudiera encontrar a otras personas que lo tengan y vivir con ellas. Una conciencia biológica es mejor que no tener conciencia ninguna”.


Tal como efectivamente ocurre en la década actual, se trata de una sociedad en vías de destrucción; donde, además, el lenguaje médico tiene la potestad para describir y controlar las formas de sentir que van más allá de la “normalidad” (para la protagonista, el poder [de] sentir el cuerpo o la biología ajena como si fuera propia). Dicha potestad dificulta la posibilidad de construir un sentido no necesariamente patológico (como “síndrome”) e incluso comunitario alrededor de esa experiencia.


La sociedad distópica que narra Butler tampoco escapa de los prejuicios y discursos que utilizan la locura como insulto o adjetivo de lo indeseable. Esto hace pensar también en los imaginarios cuerdistas que en la actualidad utilizan la palabra “loco” o “locura” para hacer referencia a los fascismos contemporáneos, los discursos de odio, las crisis climáticas, las guerras o la sociedad del colapso (un ejemplo de estos imaginarios cuerdistas es cuando se habla de la “sociedad psicótica”). Los sentidos patológicos (médico-hegemónicos) de la locura siguen arrastrando una carga altamente peyorativa que asocia la locura a lo peligroso, lo criminal, lo dañino, lo que hay que rechazar. Estos sentidos no solo no explican ni responden a los problemas de fondo (los fascismos, la destrucción de la tierra, el capitalismo, el colonialismo, racismo, sexismo, etc…), sino que los ocultan; y, además, ponen en un riesgo casi eugenésico o nuevamente destructivo a quienes son colocadxs del lado de la locura. Butler nos puede abrir una puerta para pensar críticamente los cuerdismos en las narrativas actuales sobre las crisis ambientales, sociales y políticas.


Si bien la sociedad del colapso narrada por Butler se define a sí misma como “loca” en el sentido peyorativo de la palabra, también encuentra en las disidencias senti-pensantes una esperanza de reconstrucción. Particularmente en las disidencias de personas con un legado histórico de resistencia ante el colonialismo y la esclavitud (así como en la propia palabra “locura”). Dice uno de los escépticos personajes: “No estoy seguro de que tengáis ni una posibilidad remota de construir nada, pero estáis lo bastante locos como para que salga bien”.


La Parábola del Sembrador gira en torno a la sobrevivencia/resistencia y liderazgo de la joven Lauren, así como a las alianzas que construye por el camino. Éstas implican trayectorias intensas y espontáneas en distintos sentidos: físicas, sensoriales, afectivas, sexoafectivas, espirituales, travestis, transgeneracionales, interraciales, espaciales, teológicas-religiosas. Implican también rememoraciones de lxs ancestrxs de las comunidades afroestadounidenses.


Octavia Butler nos muestra una sociedad con resonancias (o más bien, premoniciones) de una época trumpista donde hay hambre, racismo, sexismo, armas y empresas privadas que prometen progreso y salvación a cambio de explotación y de construir más muros. Una sociedad que 30 años después de haberse imaginado resuena a las realidades actuales y las ya vividas desde hace tiempo en los sures globales, donde la larga historia de despojo de la modernidad-colonialidad (es decir, del “progreso”) ha supuesto la devastación de la tierra, de la vida humana y no humana, la difuminación de los límites entre lo que es y lo que no es responder con “violencia”, porque se olvida que la primera violencia es la precarización de las vidas.


Así como la historia de resistencia de las comunidades despojadas y forzadas al desplazamiento, la Semilla Terrestre (proyecto de comunidad imaginado por Lauren Olamina) también da cuenta de que ante las crisis y el colapso, apoyo mutuo. Entre los escombros, la incertidumbre y los escepticismos, los personajes de la Parábola de la Semilla abren la puerta a la posibilidad de re-construir o reiniciar una vida en comunidad. Imaginando la realidad en la que lxs personajes sobreviven, Octavia Butler fue premonitoria de una sociedad donde la cordura como proyecto civilizatorio ha fracasado.


La cordura es una fantasía moderno-colonial; una historia de la dominación contada por cishombres blanco-burgueses; una ficción política que arrastra el legado de la esclavitud; la actualidad del exterminio; el paternalismo contemporáneo; el ideal de “humanidad”; un proyecto de “progreso”; un correctivo social cuyo pretexto es el imaginario colonial del bienestar, la productividad, la ciudadanía y la civilización. Butler nos invita a seguir pensando cómo la locura representa en tiempos de caos una fuga a ese orden; cómo la locura puede ser un proyecto in-civilizatorio muy necesario si implica desafiar las construcciones normativas del proyecto de “ciudadano/humano” y de “sociedad” de la modernidad-colonialidad. La locura negra y la negritud loca (Pickens, 2019) como una transgresión in-humana. Parafraseando a uno de los personajes de la Parábola del Sembrador cuando se dirige a Lauren: “estás chalada, pero es una época de locos, a lo mejor tú eres lo que necesita esta época, lo que necesitamos nosotros”. Lauren termina “dándole la vuelta” a la vulnerabilidad de la hiperempatía: el sentir esos dolores ajenos pasa a ser no sólo una parte (pública) de su vida, sino de la construcción de comunidad. También nos ayuda a reflexionar sobre cómo la falta de conciencia y de responsabilidad colectiva y ambiental tiene más que ver con la normalidad (el capitalismo, el colonialismo patriarcal) que genera una impermeabilidad para sentirnos afectadxs y movilizarnos. La normalidad blancocentrada y la cordura no sufren ante el colapso. Como dicen por ahí, “no sentir rabia es un privilegio”, o “quien no pierde la razón por ciertas cosas, es que no tiene razón alguna que perder” (en Fromm, 1994).


Las distopías de Octavia Butler nos permiten pensar cómo los discursos cuerdistas forman parte de las sociedades destructoras. Pero, además, nos permiten revisar cómo la locura negra y la negritud loca acaban siendo “retiradxs del espacio” para dejar espacio al sujeto blanco más reconocible, ya sea “capacitadx” o “discapacitadx”, “cuerdx” o “locx” (Anna L. Hilton). Es decir, cómo también le hace falta antirracismo al anticuerdismo y anticapacitismo.


Como explica Therí Alyce Pickens en Mad Blackness, la narrativa de Butler no nos ofrece soluciones ni benevolencia; no construye un personaje negro loco ni a la locura negra desde la “salvación” ni el “consuelo”. Por el contrario, genera incomodidades y dudas. Abre posibilidades ficcionadas y al mismo tiempo críticamente realistas sobre el fracaso del progreso cuerdista, capitalista y colonialista como proyecto de “humanidad”.



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Orgullo Loco 2019. Barcelona.

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