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Luna y Magnolia: escritos para ir construyendo mi historia y memorias

Por Luna Magnolia

Concepción (Chile)

Octubre, 2020


“No era la primera vez que retornaba a mi pasado psiquiatrizado. Cada vez que vuelvo me enfrento con una herida que sigue intacta”.

Puedo reflexionar sobre mi biografía como un ejercicio crítico de reencuentro con mis experiencias íntimas en relación a la violencia que sufrí por uno de los sistemas de opresión centrales de la sociedad patriarcal y colonial; la psiquiatría.


Enloquecí en octavo básico, a los trece años. Me volví loca en Cartagena [Chile] y el día que bajé [del cerro] sola a la playa chica lo escuché de las olas. Estaba tan desolada y era un invierno terrible de gris que me mataba.


Mi mar, 2019

Con ese recuerdo empiezo a reconstruir mi relato. Pero surgió un problema para cumplir este objetivo; los daños que generaron las drogas psiquiátricas, y una encefalitis que me tuvo por una semana en la UCI, borraron partes de mi memoria. Aun así, guardo fragmentos de lugares, palabras, sensaciones e imágenes que recuperé para ponerlos a dialogar entre sí, como una red de sentidos internos y políticos y no como una reproducción sistemática y detallada de lo vivido.


Mi experiencia de vida tiene tres momentos entre violencia estructural y mi identidad: la anulación, la resistencia y la sobrevivencia.


En estos últimos doce años me hermané con el feminismo y la desinstitucionalización voluntaria de manera más bien intuitiva, pero que, pasado el tiempo, me permitió construir una crítica política con respecto a la psiquiatría.


En estos cruces también me encontré con un movimiento de personas locas, sobrevivientes que se posicionan desde una discursividad y praxis alternativa a los lenguajes de la psiquiatría. No obstante, también tenemos un problema político en relación a la sistematización de los testimonios de los y las locas, por diversas razones. Entre ellas, el desconocimiento de la elaboración de una autobiografía, de cómo organizarla o transcribirla y de su posible publicación.


Los testimonios son clave para articular propuestas que visibilicen la importancia de terminar con la reproducción de lenguajes y prácticas que atentan contra los derechos humanos de las personas locas y, desde un punto de vista de género, para desmitificar que las mujeres locas no podemos construir un proyecto de vida, optar o negar la maternidad o un aborto como una decisión autónoma y considerarnos como sujetas sociales.


Otro tema que reflexiono contantemente guarda relación con la relevancia de situarme desde una genealogía de las mujeres locas para tener referentes de las memorias de resistencia o sobrevivencia frente al orden psiquiatrizante. Muchas de estas memorias no se narran en primera persona. Por eso, vuelvo a comprometerme políticamente a promover que se instale, en los espacios de activismo loco feminista, una política de memoria que no nos confine al olvido. La psiquiatría nos olvida, nos niega y nos quiere calladas.


El foco de mis relatos es el devenir feminista loca pues con estos procesos de autoreflexión siento y pienso que debo salir de la figura de víctima para enunciar mi experiencia con esperanza y contrapoder.


Las pocas fotografías que reviso me muestran con mis múltiples identidades conflictivas desde el cuerpo. La rebelde, la que recibió violencia e intentos de domesticación, y luego, el desnudo por la libertad. Mi cuerpo en la calle militando un nuevo mundo es parte de cómo adquiere vida, dolores, y es mi actual soporte de lucha.


Temuco, 2016

Estos extractos de resistencias y sobrevivencia son una transmutación desde un proceso individual hasta convertirse en mi bandera de lucha, el feminismo loco.


En mis relatos busco expresar estas migraciones de lo que sentí, viví y cómo me fui proyectando. En estas biografías también aparecen las imágenes de mujeres locas con las que me siento identificada, representada y a las cuales admiro de algún modo por sus sensibilidades, experiencia loca y por su producción creativa. Sus imágenes en blanco y negro por retratar esas capas de memoria y de qué manera los sistemas de opresión violentos de la subjetividad han estado presentes en occidente.


[Kate Millet, Alejandra Pizarnik, Janet Frame y Agustine]

La música que me recuerda mi primera internación en el manicomio es la banda sonora de la película Magnolia de Paul Thomas Anderson [1999].


Años más tarde, cuando desperté de un delirio por la encefalitis en la UCI, fui trasladada para mi recuperación a la UTI. Mi brazo y pierna derechos no podían moverse y sentí extrañamente que amaba la vida. Un día le pedí a una enfermera que prendiera la televisión y justo estaban pasando Magnolia. Evidentemente la vida quería que yo me convirtiera en una Magnolia y floreciera pese a todo.


Magnolia 1999

Y el tango es una lectura electrónica de una nueva migración hacia Buenos Aires que luego me arrojó al manicomio en Santiago. Con esos tangos nuevamente me fui a Temuco. Entonces la música, los sonidos, lugares y naturaleza también ocupan un lugar central en mi autobiografía que parte desde mi mar.


Tanghetto, hasta el infinito

Mi mar y sus aguas que fluyen para no ser capturados.

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Orgullo Loco 2019. Barcelona.

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