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Memoria, resistencia y bordados locos en la chaqueta de Agnes Richter




“No soy grande. Deseo leer. Me lanzo de cabeza al desastre”

Agnes Richter


Para muchas luchadoras, “bordar es una forma de dar sentido al mundo e identidad a la resistencia” (Anaiz Zamora). Pueblos originarios, mujeres indígenas, y por qué no, mujeres locas, han dado cuenta sobre cómo el “vestir” traspasa los umbrales de la necesidad básica, para convertirse en una forma de contar historias a través de simbolismos entretejidos con las identidades.


En el año de 1844 nació en Alemania Agnes Richter, una mujer que se ganaba la vida como costurera. En el año de 1893, a los 49 años, Agnes fue ingresada en el hospital psiquiátrico de Heidelberg por su padre y sus hermanos, luego de haber denunciado a la policía el robo de sus trabajos. Los próximos 26 años, Agnes viviría encarcelada y diagnosticada como paranoica.


Tal como muchas otras mujeres ingresadas contra su voluntad, la posibilidad de escribir sus propias historias en el material disponible fue una manera de resistir al confinamiento y la violencia. Por ejemplo, Elizabeth Packard, quien, ingresada en 1860 en el primer psiquiátrico de Massachusetts, redactó sobre la ropa que se le permitió confeccionar para sus hijos distintas peticiones para liberar a las internas. O Lara Jefferson, ingresada en un hospital estatal del Medio Oeste en la década de 1940, quien, luego de hallar un trozo de lápiz, escribió el texto “Estas son mis hermanas” en el reverso de sobres viejos que encontró en la basura y que escondió después en el jardín (Gail A. Hornstein). O Jeanne Tripier, autodenominada “medium de primera necesidad de Juana de Arco”, quien dibujó y bordó durante los 10 años que estuvo ingresada en el psiquiátrico de Neuilly sur Marne en Francia, hasta su muerte en 1944. O también, las Locas de la Castañeda, quienes escribieron sus propias narrativas sobre aquello considerado como “enfermedad mental”, en los inicios del gran hospital psiquiátrico de La Castañeda en la Ciudad de México (Cristina River -Garza).


Como diría Graciela García,


Si estuviera en un hospital de finales del SXIX sin comprender porqué he sido internada; si vistiera un frío uniforme día tras día y viera mi identidad cada vez más desintegrada; si fuera drogada contínuamente y a pesar de todo me quedara esperanza, yo también escribiría. Pero escribir no era algo al alcance de cualquiera en aquella época, y menos para un loco, y menos para una mujer.


Lo que sí estaba al alcance de una mujer loca, mientras institucionalizada, era la costura. Al menos en la Alemania de la época, las actividades durante el ingreso se encontraban claramente diferenciadas en función del género. La institucionalización era a la vez reflejo y génesis de mujeres y hombres trabajadores. Mientras los varones se entrenaban trabajando en terrenos o en talleres para para fabricar zapatos o muebles, las mujeres tenían tareas como limpiar, tejer, coser y lavar los uniformes.


Haciendo uso del material y los conocimientos a priori destinados para generar subordinación al cuerdismo, el género y la clase social, Agnes Richter materializó sus propias narrativas y resistencias de género y de “enfermedad” en la forma de una chaqueta bordada. Una chaqueta en la que plasmó con palabras parte de su experiencia de institucionalización, pero en la que, además, dejó constancia hasta nuestros días sobre cómo era su cuerpo:

Un siglo después, todavía podemos ver su pequeño cuerpo en las costuras estrechas, así como la evidencia de algún tipo de deformación de su giro en un pliegue adicional de material en el hombro derecho. Su sudor todavía mancha las axilas (Gail A. Hornstein).


Al parecer, Agnes reconstruyó la chaqueta a partir de uniformes desgarrados que encontraba en el hospital, y luego escribió sobre ella mediante cientos de inserciones de agujas. Fijando el bordando de esta forma, Agnes parecía resistirse al olvido probablemente generado por la lavandería. La chaqueta está bordada utilizando “Deutsche schrift”, una caligrafía alemana que se utilizaba en el siglo XIX y que actualmente está en desuso. Se ha alcanzado a descifrar frases en desorden, como “No soy grande”. “Deseo leer”. “Me lanzo de cabeza al desastre”. “Mi chaqueta". "Estoy en Hubertusburg”, así como un constante uso del “yo” y el “mío” (Thomas Röske, 2014). Como diría Gail A. Hornstein, aparte de la notable confianza en sí misma para vestirse con su propio interior, se podría leer la necesidad de resistir el miedo a perderse.

Parece que, en un contexto en el que con alta probabilidad se castigaba con reclusión o daños físicos a quien lograra hablar, el tejido fue sobrevivencia. “El textil era para Ritcher más que una prenda, con ella expresó simbólicamente su situación” (Thomas Röske, 2014). Más que una chaqueta, se trata de un objeto biográfico (Gail A. Hornstein) que ha inmortalizado trayectorias creep por la locura.

Agnes Richter murió en el año de 1918, probablemente vistiendo su chaqueta. Ésta ha sido estudiada a través del tiempo por artistas, psiquiatras y psicólogas, entre las que destaca Gail A. Hornstein y su libro Agnes’s Jacket: A Psychologist’s Search for the Meanings of Madness.




Referencias:

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Orgullo Loco 2019. Barcelona.

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