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Agnes: el golpe experto a los profesionales

La llegada de Agnes a la Clínica Psiquiátrica de Identidad de Género (UCLA)



En 1958, Agnes, una joven secretaria de 19 años de Los Ángeles, llegó a la Clínica Psiquiátrica de Identidad de Género de la UCLA, donde el psiquiatra psicoanalista Robert Stoller intentaba hacerse un nombre en el ámbito de los “trastornos sexuales”. El equipo de la clínica estaba formado por Stoller, el psicólogo Alexander Rosen y el sociólogo Harold Garfinkel. Agnes llegó a California con la petición de una cirugía genital (una vaginoplastia) que ajustara su cuerpo a su identidad como mujer y al desarrollo de feminización que, espontáneamente, había tenido tras su adolescencia (con crecimiento de pechos y otros rasgos femeninos). Durante seis meses, Agnes fue sometida a diferentes pruebas. Primero, para conocer el origen de su feminización corporal pues, en caso de ser una condición intersexual, podría tener acceso a la cirugía deseada; mientras que si se trataba de un “trastorno psiquiátrico” o transexualidad (la incoherencia entre su cuerpo-genitales y su identidad) no podría realizar el cambio físico y sería derivada a psicoterapia.


El hecho de no haber pruebas que justificaran la feminización corporal de Agnes por vía externa, junto con su apariencia “atractiva” y conductas femeninas (según la mirada heterosexual), hicieron pensar a los “expertos” que estaban ante una extraña condición intersexual. Pero si a Stoller le interesaba la etiología de la identidad de género de Agnes, Garfinkel se centró, por medio de repetidas entrevistas, en investigar cómo Agnes consiguió el logro de “pasar por” y vivir como “mujer natural” en su vida cotidiana.


Agnes consiguió su vaginoplastia, Stoller escribió varios artículos sobre “su caso”, mientras Garfinkel publicó en Estudios en etnometodología el capítulo "Passing and the Managed Achievement of Sex Status in an Intersex Person" (1967). Éste último considerado uno de los primeros “estudios de caso sociológico” sobre una persona intersex y sobre su “incansable gestión de sí misma” para lograr el estatus de mujer ante su entorno.


Transexualidad y locura: encuentros y desencuentros


A partir de los años 60, el “estatus psiquiátrico” de la transexualidad ha experimentado los vaivenes de dicha disciplina. Pasó de considerarse un tipo de delirio psicótico, “un empuje a la mujer”, por psicoanalistas como Lacan (ver Pérez Jiménez), a todo lo contrario. En las primeras ediciones del DSM, el cuerdismo, o más bien no tener ningún diagnóstico trastorno mental, particularmente "la esquizofrenia", era una condición necesaria para el diagnóstico de “trastorno de identidad de género”. Es decir, se excluía del diagnóstico y, por lo tanto, de la atención sanitaria relacionada con la transexualidad (hormonación, cirugía, etc.) a personas que tuvieran otro diagnóstico mental.


De la misma forma que la patolgización de la homosexualidad dio paso al remanente de “homosexualidad egodistónica” (solo es un problema mental si la persona sufre malestar); el “trastorno de identidad de género” ha pasado a “disforia de género”, de nuevo, colocando el malestar en la persona y no en la violencia de un entorno tránsfobo. En lugar de atender a las condiciones laborales y de vivienda de una comunidad trans en situación de precariedad como consecuencia de la exclusión y el rechazo social, la psiquiatría se orientó a su diagnóstico como trastorno y a tratamientos varios (primero, mediante el internamiento en psiquiátricos o terapia según clase social; después, como punto de paso obligado para acceder a tratamiento hormonal y quirúrgico o a cambio legal de sexo).


Con estos antecedentes, no es de extrañar que el movimiento por la despatologización trans se haya basado a veces en una retórica locófoba: “las personas trans no estamos locas”. Loca, además, es una palabra que se ha utilizado en diversos contextos para insultar a las mujeres trans o gays femeninos; posteriormente resignificada y reapropiada desde el activismo LGTB, probablemente sin mucha conciencia de la intersección que conlleva. El activismo trans sería más potente si se aprovechara de los encuentros históricos con el activismo loco. Como señala Ambrose Kirby, activista trans: “No es suficiente sacar nuestras identidades del DSM, porque la identidad de otra persona seguirá ahí”. La lucha no habrá terminado si otras identidades/subjetividades/expresiones no normativas siguen todavía bajo la violencia de los diagnósticos de dicho manual.


De objeto de conocimiento (psiquiátrico-sociológico) a sujeto de conocimiento (trans)


Lo interesante de la historia de Agnes fue el giro que ella misma le dio: un auténtico “golpe maestro” a los profesionales/investigadores, que la ha convertido en una “heroína folk” o de la cultura trans (Joynt y Schilt). Con ello, se desembarazó de su estatus como objeto de estudio académico y tomó agencia desde una nueva posición inesperada. Años después de la cirugía, en las sesiones de seguimiento en la UCLA, Agnes confesó a Stoller que, desde los 12 años, tomaba en secreto hormonas, en concreto, los estrógenos recetados a su madre tras una histerectomía. No tenía ninguna condición intersexual. Mientras el equipo de expertos estaba centrado en su “pasar por mujer” (como si no lo fuera y fuera un “logro a conseguir”), Agnes pasaba por intersexual para conseguir la cirugía deseada (Reframing Agnes). Podemos imaginar el enfado y bochorno académico de Stoller y Garfinkel con la noticia, tras haber publicado en revistas científicas de prestigio como "caso intersex".


Si bien el objetivo declarado de Garfinkel era proporcionar un relato comprensivo sobre cómo todos hacemos género, Agnes estaba construida en el texto como un “fenómeno” (de ahí, la información detallada biológica, sobre su apariencia o medidas, y la duda ocasional bajo la que se ponían sus palabras). Garfinkel, atrapado en su propio guion socio-psiquiátrico-heteronormativo, veía a Agnes como alguien con un pene que estaba "pasando por" mujer.


Mientras Garfinkel analizaba el “tránsito” o “passing” de Agnes, fue incapaz de hacer el ejercicio reflexivo de cómo su presencia como investigador masculino, con sus expectativas binarias de feminidad normativa y en un contexto clínico con sus reglas de intervención, marcaban y limitaban el guión del relato biográfico narrado por Agnes (a modo de “profecía autocumplida”) (Rogers).


Como etnometodólogo, Garfinkel produjo una narrativa sobre la gestión cotidiana de la presentación de género de Agnes, aparentemente de forma objetiva y neutra, pero ajustada a su teoría y desde su masculinidad incuestionada. Mientras, y a lo largo de sus repetidos encuentros, ella iba aprendiendo las expectativas de su entrevistador para armar un relato que satisficiera sus intereses (los de Garfinkel y los suyos propios). Finalmente, el conocimiento interactivo de Agnes, con sus 19 años, sobre los profesionales/investigadores y su psistema, resultó ser más experto y fructífero que el de ellos. Agnes jugó de manera experta dentro del guión disponible.


La experiencia de Agnes, junto a la de muchas personas trans, refleja esa doble conciencia no detectada por quienes ejercen el poder y el conocimiento dominante. El equipo de la unidad psiquiátrica de UCLA no podía pensar en una realidad alternativa de Agnes, y ello porque representaba a la perfección un escenario de feminidad coherente con sus expectativas y teorías. Ellos estaban contribuyendo y manteniendo la realidad del "transexual correcto o verdadero" y sus "pacientes" estaban desempeñando el papel (Raby; O’Brien).


El “logro interactivo” de Agnes no fue el género (el conseguir el estatus de mujer), sino el obtener la información necesaria para conseguir la atención sanitaria negada en aquella época a las personas trans. En ese juego mutuo de hacer género entre Garfinkel y ella, el sociólogo no sólo no tuvo conciencia de los efectos de su presencia (masculina en situación de poder); ignoraba, además, que si ella tenía que pasar no era porque no fuera una “mujer natural”, sino porque estaba en riesgo de violencia (Zimmerman). El passing no dependía solo de ella, sino del cambio de mirada y reconocimiento del entorno, algo que no analizó.


Saberes generados desde la supervivencia


Llegué a pensar en tales situaciones como prácticas de "seguimiento anticipatorio". Esto ocurrió, temo decirlo, con frecuencia desconcertante en el transcurso de nuestras conversaciones. Al releer las transcripciones y escuchar de nuevo las entrevistas grabadas para preparar este ensayo, me sorprendí por la cantidad de ocasiones en las cuales era incapaz de decidir si Agnes estaba de hecho contestando a mis preguntas, o si más bien había aprendido de ellas y, más importante aún, de claves sutiles anteriores y posteriores a mis preguntas, cuál era la respuesta conveniente (Garfinkel, 1968, p.167).


Lejos de ser un ejercicio aislado, dicho conocimiento sobre los expertos ha sido generado de forma colectiva por gran parte de la comunidad trans que ha tenido que pasar por evaluaciones profesionales en contextos clínicos. Dean Spade utiliza el concepto “mutilando género” para referirse a cómo la gente trans necesita producir y distorsionar sus narrativas del yo para conseguir acceso a los servicios médicos (en Schilt). El diagnóstico de género por parte de profesionales psi, junto con la idea del “verdadero transexual” que los convertía en puntos de paso obligado para discriminar quién sí y quién no merecía dicho estatus, ha provocado que la persona trans y su palabra fueran puestas bajo sospecha o escrutinio (desde que entra por la puerta). La función del profesional psi era precisamente peritar si engañaba o no.


En lugar de ver este “engaño” como evidencia contradictoria de sus tesis e indicativa de la gran diversidad de experiencias identitarias y corporales, los profesionales reforzaron su vigilancia, por miedo a que la persona trans “se la cuele”. Por su parte, el colectivo ha aprendido a dar las respuestas deseadas. Gran parte del conocimiento “científico” publicado sobre población trans, obtenido a través de entrevistas o aplicación de test psicológicos en contextos clínicos, se basa en respuestas dadas por personas trans en función de lo que se sabe que se espera.


Para algunos profesionales, ello no es más que un reflejo de ese “bajo sospecha” necesario, dados los repetidos intentos de manipulación de la gente trans para obtener lo que quieren. Para la comunidad trans, son estrategias de supervivencia en un contexto de relaciones de poder, donde la persona de forma inteligente va actualizando su relato biográfico (Stryker y Whittle) para adaptarse a un sistema rígido de comprensión, que sólo legitima la narrativa del “cuerpo equivocado” desde la infancia (malestar y deseo de cambio corporal incluido). Un sistema sanitario, por otro lado, que presenta como “consentimiento informado” en investigación un contexto donde las reglas implícitas dan a entender que “si no colaboras, no tendrás una atención adecuada”. Finalmente, se refuerzan las asunciones de partida de los profesionales e investigadores, orgullosos de sus teorías, mientras las personas trans siguen acumulando conocimiento sobre la psicología de los profesionales.

Las otras historias trans: Framing Agnes


Tras la muerte de Garfinkel en 2011, Kristen Schilt y Chase Joynt pudieron acceder a su archivo personal. Allí encontraron, junto con el expediente de Agnes, las “historias de caso” de 8 personas trans más (no solo mujeres, también varones trans y afroamericanos). El relato de Agnes, aparte de su blanquitud, se alejaba de la comunidad trans, dada su estrategia de pasar por mujer con una condición intersexual. Pero el resto de historias contenían información que podría haber dado cuenta, si hubiese sido publicada, de la comunidad trans de los años 50-60 (su argot, sus prácticas, etc.).


Con dicho material, Schilt y Joynt han ficcionado el corto documental Framing Agnes donde recrean el encuentro de Agnes y Garfinkel, con fragmentos de las grabaciones, junto con las narrativas históricas de las otras personas trans (no publicadas) intercaladas con historias y experiencias de vida de las propias actrices y actores trans actuales que los interpretan -Angélica Ross, Silas Howard, Max Wolf Valerio, Zackary Drucker y Joynt. En un diálogo de voces de diferentes épocas, el documental permite mostrar desde la primera persona (en dos planos temporales diferentes) las similitudes y diferencias del antes y el ahora de las vivencias trans.


En definitiva, la historia de Agnes cuestiona qué cuenta como conocimiento experto (las ignorancias del conocimiento científico y los saberes de resistencia por parte de la comunidad trans en marcos institucionales de poder), pero también las consecuencias de la medicalización del género y la ética de la investigación, incluso en contextos de sociología crítica.


Referencias:

  • Burstow, Bonnie, LeFrançois Brenda A. y Diamond, Shaindl (2014). Psychiatry Disrupted: Theorizing Resistance and Crafting the (r)evolution. McGill-Queen’s University Press. (Se puede ver la traducción de un fragmento en el Centro de Estudios Locos - post del 28 de junio).

  • Documental Framing Agnes https://www.chasejoynt.com/framing-agnes-short

  • Garfinkel, Harold (1968/2006). Estudios en etnometodología. Barcelona: Anthropos.

  • Goldberg, R.L. (abril, 2019). Reframing Agnes. The Paris Review. https://www.theparisreview.org/blog/2019/04/26/reframing-agnes/

  • O'Brien, Jodi (2016). Seeing Agnes: notes on a transgender biocultural ethnomethodology. Symbolic Interaction, 39(2), 306-329

  • Raby, Rebecca C. (2000). Re-Configuring Agnes: The Telling of a Transsexual’s Story. Torquere, 2, 18–35.

  • Rogers, Mary (1992). They Were All Passing: Agnes, Garfinkel, and Company. Gender & Society, 6(2),169–91.

  • Schilt, Kristen (2016). The Importance of Being Agnes. Symbolic Interaction, 39(2), 287-294.

  • Stryker, Susan y Whittle, Stephen (Eds.). (2006). The transgender studies reader. Taylor & Francis.

  • Zimmerman, Don H. (1992). They were all doing gender, but they weren't all passing: Comment on Rogers. Gender & Society, 6(2), 192-198.

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Orgullo Loco 2019. Barcelona.

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